Masonería en Canarias - Historia de la Masonería

Historia de la Masonería


Orígenes de la Masonería

La masonería hunde sus raíces en los antiguos gremios de constructores medievales. En la Edad Media, los oficios estaban organizados en este tipo de corporaciones, en cuyo seno se transmitían los conocimientos necesarios para el desempeño de cada actividad. Estos conocimientos solían mantenerse en secreto y eran transmitidos a los miembros del gremio después de adquiridos los conocimientos previos necesarios. El gremio de albañiles era, en principio, uno más. Sin embargo, al estar a su cargo la construcción de las catedrales, desarrollaron un simbolismo particularmente rico. Es necesario tener en cuenta que las catedrales, además de grandes y bellos edificios, tenían un alto contenido espiritual: eran la ofrenda del hombre a Dios. Los constructores más cualificados alcanzaron diversos privilegios, entre los que se hallaba su libertad de circulación y el no estar sometidos a tributos municipales. Por su destreza, eran requeridos en las obras de las catedrales de distintas ciudades. Tenían un estatuto que les permitía trabajar en cualquier ciudad, sin depender de los gremios locales. En este hecho reside la explicación más probable del origen de su nombre, free-mason, en inglés o franc-maçon, en francés, del que deriva la actual denominación española y que, literalmente, significa “albañil-libre”. Es también posible que el nombre free-mason derive de otro hecho: en Inglaterra se denominaba free-stone a la piedra de calidad superior en la que se esculpían capiteles y adornos. Era ésta la piedra trabajada por los albañiles más diestros, por lo que se les denominó free-stone-masons. En cualquier caso, lo cierto es que estos albañiles, por sus conocimientos, que necesitaban mantener en secreto, y por su movilidad, fueron los que más necesitaron un sistema de contraseñas, signos y símbolos secretos que les permitía reconocerse internacionalmente.

Los francmasones construían pequeños edificios, denominados logias, junto al lugar de la obra y los utilizaban como lugar de reunión y de almacenamiento de planos y herramientas. Siendo, a menudo, extranjeros, construían, incluso, sus habitaciones en los aledaños de la logia. Las logias constituían el sitio más adecuado para las reuniones de los francmasones al abrigo de los curiosos y era allí donde realizaban las ceremonias de iniciación y de aumento de grado, una vez demostrada la necesaria capacitación. En ellas se realizaban los correspondientes juramentos de fidelidad al gremio, honor y secreto, no sólo respecto a los que no eran miembros del gremio, sino también a los francmasones de grados inferiores. Es importante señalar que estas ceremonias, dado el sentido espiritual de la obra realizada, tenían una importante carga simbólica y ritualística. Como ejemplo, pueden verse los estatutos de la catedral de Estrasburgo, construida entre los siglos XII y XIII. Estos reglamentos no sólo se ocupaban de las habilidades profesionales de los masones y de su comportamiento en el trabajo, sino también dentro de la sociedad y en el seno de sus propias familias. Menciona el uso de símbolos derivados de los instrumentos de trabajo de mayor precisión y cuyo manejo requería mayores conocimientos y se refiere también a la existencia de leyes propias internas, a la organización más allá del contexto de las ciudades y a la capitalidad masónica de Estrasburgo, con tribunal sin apelación.

Las ceremonias de iniciación y de paso a grados superiores representaban momentos culminantes, iniciáticamente hablando. Se ingresaba en el gremio con el grado de aprendiz y se pasaba a trabajar bajo la supervisión de un maestro. Tras varios años y tras alcanzar el suficiente grado de habilidad y conocimientos, eran propuestos para el grado de compañero. Para ello era necesario ser capaz de tallar los bloques de piedra principales con los que se hacían los muros. Entonces se les entregaba una marca, que usarían de por vida y que tallarían en cada piedra como signo del trabajo realizado en cada jornada. Estas son las marcas que pueden verse en los sillares de las catedrales medievales, como los aquí mostrados, pertenecientes al claustro de .... Tras varios años como compañero, el obrero era propuesto para el grado de maestro. Si era aceptado por los demás maestros, alcanzaba la plena libertad de trabajo, la capacidad de enseñar y supervisar el trabajo de los demás y el derecho de hablar libremente en las reuniones de logia.

La construcción de una catedral implicaba unas técnicas y proporciones que rápidamente desembocaron en un conocimiento numerológico, esotérico y cargado de simbolismo. El problema no era sólo técnico porque, además de un gran edificio, la catedral era una construcción trascendente: la conexión entre el hombre y Dios, entre lo terreno y lo celestial. Desde luego, este tipo de edificio trascendente no fue exclusivo de la Edad Media. El secreto en la transmisión de conocimientos arquitectónicos y la trascendencia de la construcción de edificios religiosos es algo muy antiguo y estaba ya presente en las civilizaciones de Mesopotamia y Egipto de hace más de cuatro milenios. Precisamente, por su magnificencia y antigüedad, las pirámides del valle de Guiza quizá sean el ejemplo más representativo que tenemos de esa trascendencia. Por esta razón también, puede considerarse que los orígenes francmasonería son muy anteriores a la Edad Media.

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La Masonería moderna o especulativa

Los antiguos gremios de francmasones entraron en declive a partir del siglo XVI, cuando la época de la construcción de las grandes catedrales había terminado. Pero no por ello dejaron de existir y de conservar su anterior prestigio. A partir de esa época, comenzaron a aceptar en su seno a miembros ajenos al oficio de constructor, aficionados al arte de la construcción o personas influyentes de la sociedad, que los protegían y ayudaban económicamente, atraídos por el prestigio y contenido iniciático de la francmasonería. Estos fueron los llamados francmasones aceptados, que pronto dominaron las logias. Los nuevos francmasones heredaron las tradiciones de los antiguos, pero introdujeron nuevos elementos e incorporaron leyendas de otras tradiciones hasta dar lugar a todo un nuevo cuerpo ritualístico e iniciático. No se abandonó lo iniciático, pero, en las logias, se pasó de discutir sobre cuestiones profesionales de la arquitectura a debatir problemas sociales, políticos e intelectuales. Ya no se construyen catedrales de piedra, sino la catedral de la fraternidad universal. Se busca la libertad, se proclaman los derechos humanos y se practica el librepensamiento. Las logias desempeñaron un papel primordial en el desarrollo del modelo político social e intelectual que culmina en el siglo XVIII y la masonería fue protagonista en los principales procesos que definieron ese nuevo modelo social: la independencia de Estados Unidos la revolución francesa y, más tarde, en la independencia de los países del imperio español en América. Así, eran masones personajes de los siglos XVIII y XIX de la relevancia histórica de Jean Paul Marat, Jacques Daton, Maximilien de Roberspierre, Simón Bolivar, José de San Martín, Benito Juárez, Bernardo O'Higgins, George Washington o Giuseppe Garibaldi.

Precisamente, el hecho de que muchos de los líderes de la independencia de la América española fueran masones, fue uno de los argumentos esgrimidos en la época del reinado de Fernando VII para prohibir la masonería en España y perseguir a sus adeptos, entre los que se encontraba el propio general Rafael de Riego. El espíritu masónico está, no obstante, claramente presente en los principios de la revolución de 1868 que acabó con el reinado de Isabel II. Así lo atestigua la filiación a la orden de los principales artífices de la revolución y, posteriormente, presidentes del Consejo de Ministros, Juan Prim, Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla, así como, al menos, tres de los cuatro presidentes de la Primera República: Estanislao Figueras, José Salmerón y Francesc Pi i Margall. A esta lista se deben añadir representantes del mundo de la cultura y la ciencia, como los premios Nóbel José Echegaray y Santiago Ramón y Cajal o el profesor Miguel Morayta, fundador y primer Gran Maestre del Grande Oriente Español. En cualquier caso, no se debe olvidar que una lista de personajes célebres no es más que la punta de un iceberg. Un iceberg formado por individuos, que, si bien no siempre eran los más poderosos económicamente, sí poseían un alto nivel cultural y estaban interesados en el progreso social y comprometidos con la idea de libertad.

Pero volvamos al desarrollo de la francmasonería especulativa. Se considera el año 1717 como el del origen de la moderna masonería. En ese año se fundó la Gran Logia de Inglaterra como resultado de la unión de cuatro logias especulativas; es decir, no formadas por albañiles. Estas logias decidieron reformarse legislativamente y federarse en una asociación superior, conservando el espíritu del antiguo gremio, los términos técnicos y los signos externos. Sus elementos son los de los constructores: la escuadra, el compás, la plomada, el nivel, la paleta, el cincel, el mazo, etc. Pero su uso es ahora simbólico: la escuadra, por ejemplo, representa la rectitud de acciones; el compás, la proporción y la mesura; el nivel, el equilibrio y la igualdad entre todos los seres humanos; la plomada, el crecimiento estable de los hombres; la paleta, la comprensión e integración de las diferencias; el mazo, la fuerza de determinación, el cincel, la precisión del ingenio y la inteligencia, y así sucesivamente. De este modo, esta nueva cofradía, se convierte en una institución cuyos objetivos ya no son profesionales, sino éticos.

El documento fundamental de la masonería especulativa es el de las Constituciones de Anderson (o de Anderson, Payne y Désagouliers). Datan de 1723 y supusieron una revolución dentro de la francmasonería porque daban el golpe de timón que apartaba a la institución de la operatividad y la dirigía definitivamente hacia los preceptos plenamente simbólicos de la masonería especulativa, incluyendo la sustitución del antiguo deber de creer en Dios por la aceptación de un Principio Generador: el Gran Arquitecto del Universo. Esto dice el artículo fundamental de las Constituciones de Anderson:

"Todo masón está obligado, en virtud de su título, a obedecer la ley moral; y si comprende bien el Arte, no será jamás un estúpido ateo ni un irreligioso libertino. Así como en los tiempos pasados, los masones estaban obligados, en cada país, a profesar la religión de su patria o nación, cualquiera que ésta fuera, en el presente nos ha parecido más a propósito el no obligar más que a aquella religión en la que todos los hombres están de acuerdo dejando a cada uno su religión particular. Ésta consiste en ser hombres buenos y verdaderos, hombres de honor y probidad, cualquiera que sea la denominación o creencias con que puedan ser distinguidos. De donde se sigue que la masonería es el Centro de Unión y el medio de conciliar una verdadera amistad entre personas que sin ella permanecerían en una perpetua distancia."

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Los dos grandes cismas de la Masonería

La recién formada Gran Logia de Inglaterra introdujo algunas reformas a las antiguas tradiciones. La primera, que emanaba de las propias constituciones de Anderson, era el dar un sentido deísta a la Masonería, frente al más tradicional cristiano. Además, expandió es sistema de grados desde dos (aprendiz y compañero) a tres, añadiendo el grado de maestro que, antiguamente, era sólo el título con que se designaba al presidente de la logia. A estos masones se les denominó modernos. Pronto surgió la respuesta por parte de masones más tradicionales, o antiguos que, en 1753 se separaron de los anteriores y formaron una institución rival. La división se resolvió en 1813 cuando ambas Grandes Logias se reunificaron dando lugar a la Gran Logia Unida de Inglaterra (United Grand Lodge of England o UGLE) gracias a un cuidadoso compromiso. Este compromiso devolvió los modos de reconocimiento a los tradicionales anteriores a 1753 y mantuvo la existencia de tres grados en la Masonería, si bien permitía el desarrollo de un cuarto grado (Holy Royal Arch) que podía ser practicado por separado o como una extensión del grado de maestro. Además, incluyó la siguiente modificación en las Consituciones de Anderson: "Cualquiera que sea la religión y el modo de practicarla, nadie será excluido de la Orden, con tal que crea en el glorioso Arquitecto de los Cielos y la Tierra y practique los sagrados deberes de la moralidad". Esto, aún suponiendo unaŽcierta restricción en la liberalidad de las Constituciones venía, en definitiva, a sancionar el no cristianismo de la Masonería inglesa.

El segundo gran cisma de la Masonería sobrevino en 1877, cuando el Gran Oriente de Francia (GOdF) comenzó a aceptar ateos en su seno. En 1849, el GOdF adoptó el requisito del Ser Supremo, reflejado en la Constitución inglesa, que evolucionó hasta "Principio Creador" en 1875, siguiendo la tendencia de la Masonería de los países del sur de Europa e Iberoamérica. Sin embargo, en 1877, el GOdF tomó la decisión de prescindir por completo de toda restricción espiritual y eliminó la mención al Gran Arquitecto del Universo en sus nuevos rituales. La no mención no era obligada, dejándose a las logias libertad para decidir al respecto. Pero supuso la ruptura de relaciones por parte de la UGLE, que pervive hasta hoy y dio origen a la división de la Masonería en dos corrientes: la que requiere la aceptación de un Ser Supremo o Principio Creador a sus miembros y la que deja plena libertad en ese sentido, aceptando incluso ateos en su seno. La primera es la usualmente denominada Masonería "regular", mientas la segunda es referida como "Masonería" liberal.

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Primeros pasos de la Masonería en España

Al hablar en términos históricos de la masonería en España debemos empezar por señalar que la primera logia masónica se fundó pocos años después de la publicación de las Constituciones de Anderson en Inglaterra, en 1723. Esta primera logia española data de 1728 y fue, de hecho, la primera logia fundada fuera de las Islas Británicas. Su fundador fue el duque de Wharton, coronel inglés al servicio del rey Felipe V de España. Se le dio el nombre de Matritense, estaba compuesta por un reducido grupo de ciudadanos británicos y dependía de la Gran Logia de Inglaterra. Tenía su sede en la calle San Bernardo nº 17, esquina a la de la Garduña y era conocida también como Las Tres Flores del Lis, que era el nombre del hotel situado en esa misma dirección.

El Duque de Wharton, que se había convertido al catolicismo, murió en 1731 y fue enterrado en el monasterio de Poblet, puesto que, en aquella época, aún no se había producido la primera condena del Papa hacia la masonería. Mucho después, en los años 50 del siglo XX, sus restos fueron protagonistas de unas peripecias que caracterizan al gobierno de España de la época. En 1952, el General Franco visitó el monasterio y ordenó al abad desenterrar las cenizas de Wharton y aventarlas inexorablemente. Las cenizas no fueron aventadas, sino que fueron sacadas del lugar en que reposaban en el atrio de la basílica y enterradas en el recinto exterior.

Curiosamente, la segunda logia del continente se fundó también en la Península Ibérica, en 1729. Concretamente, en Gibraltar, que, unos años antes, en 1713, había sido formalmente reconocido como territorio bajo soberanía inglesa en el tratado de Utrecht. En 1801 se fundó la logia La Reunión Española, formada íntegramente por españoles. Pero, curiosamente también, no se fundó en España, sino en Francia; concretamente, en el puerto de Brest, donde estaba fondeada la flota española que colaboraba con la francesa en su lucha contra la británica. Estaba integrada por un grupo de una veintena de oficiales de la armada española que, unos años antes, se habían iniciado en una logia local. A su regreso a España, sus integrantes acordaron continuar sus reuniones en Cádiz, pero sus deseos fueron abortados por la inquisición que, ya con anterioridad, durante el siglo XVIII, se había mostrado muy celosa en su persecución de los poquísimos masones afincados en España.

A lo largo del siglo XVIII se fundaron otras logias en territorio español, pero estaban formadas principalmente por ciudadanos extranjeros y dependían de grandes logias de otros países. De hecho, la masonería española propiamente dicha arranca en 1808. En aquel año, bajo la protección de las tropas napoleónicas, recién llegadas, y de la mano del rey José I Bonaparte se empezaron a fundar logias de manera sistemática. El rey era el Gran Maestre del Gran Oriente de Francia y fundó la Gran Logia Nacional de España, la primera obediencia masónica española independiente. La primera fue agrupando a logias de franceses, mientras que la segunda hacía lo propio con las fundadas por españoles. Podemos decir que, a pesar de los primeros movimientos de la masonería inglesa en nuestro país en el siglo XVIII, la masonería española propiamente dicha surgió en el siglo XIX y era de corte francés.

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